Cuentos de Un Spic Americano: "La Vida Existe Entre el Dolor."


Cuentos de Un Spic Americano: 

"La Vida Existe Entre el Dolor."




Recuerdo este día en 1967. Fue mi sesión fotográfica de primer grado. Tuve seis años y era demasiado tímido para pedir permiso para usar el baño, y en este día recuerdo nerviosamente tratando de cubrir el hecho de que me oriné durante la sesión de fotos.

Verá, en ese entonces la humillación no era nada nuevo para mí. La humillación era algo con lo que vivía todos los días. Y en ese día, la vida estaba trabajando horas extras para humillarme, porque cuando sonaba la campana de las tres en punto, sabía lo que me esperaba. Sabía que era hora de ser golpeado. Tres niños blancos americanos me esperaban en el patio de la escuela. Esperando para humillarme y golpearme, y no había manera de que les permitiera verme con mis pantalones mojados. Así que me escapé de la escuela temprano ese día para evitar verlos, y para evitar una nariz sangrienta, los insultos y la humillación.

Verá, lo que dejé de mencionar es la razón por la que me golpearon y humillaron durante mi niñez. Por alguna razón de la cual no entendía, mi familia y yo éramos diferentes. Incluso hablábamos un idioma diferente y ni siquiera sabía por qué. Incluso nuestro apellido era diferente de todos los otros niños. ¿Por qué no hablaban inglés mis padres? Eso fue muy vergonzoso, pero lo que era más vergonzoso era cuando nuestros vecinos blancos lanzaban botellas a nosotros desde sus ventanas cuando pasamos caminando. Ellos solían escupirnos y darnos el dedo mediano, y cuando entrabamos en una tienda solían mirarnos desde la esquina de sus ojos y susurrar: "Asegúrese de que no roben nada." Entonces sí, diría que éramos diferentes.

Luego esa tarde, mi maestra vino a nuestro departamento y golpeó la puerta. Mi madre apenas entendía inglés, pero mi hermana de nueve años tradujo para ella. Mi maestra le dijo que yo había dejado la escuela temprano ese día sin su permiso. En lo que respecta a mí, el mundo básicamente se terminó. Cuando mi padre llegó a casa yo sabía cuál sería el castigo. Mi padre era famoso por repartir nuestros castigos al quitarse el cinturón de cuero y azotarnos a través de nuestros traseros hasta que lloramos y nos disculpábamos.

Efectivamente, cuando llegó a casa ese día, me preguntó por qué corte la escuela. Entonces le dije. Le dije la verdad. Quizás tenga piedad de mí. Pude ver por la expresión en su rostro que estaba de molesto. Mientras procedía a azotarme, noté que algo estaba mal. Fue como si el viento lo hubiera quitado por un segundo más o menos, y sí, definitivamente algo estaba mal. Mi padre no era el mismo de siempre. ¿Por qué estaba llorando? Soy el único que debería estar llorando. Yo soy el que corto la escuela. Y por encima del sonido de mis gritos lo escuché gritar:

"¿Prefieres que esos muchachos te peguen, o que yo te peque? ¡Quiero que te defiendas a partir de ahora! ¡No permitas que nadie te llame Spic nunca más!"

Mientras sus lágrimas corrían por su rostro, sabía que tenía que luchar, por el bien de mi padre. Para que no se sienta tan mal. Desde ese día, nadie, no importa lo grandes que eran, me llamarían “Spic” sin probar mis nudillos.

Tres años antes, en 1964, mi familia y yo inmigramos a Nueva York desde Ecuador. El año de la Feria Mundial de Nueva York. El año en que los Beatles invadieron América. El año que televisión en color hizo su vista de día, y se desenrolló el modelo para los futuros World Trade Centers. El año en que el movimiento por los derechos civiles gano impulso y los disturbios raciales en Harlem estallaron. El año en que tres trabajadores de los derechos civiles fueron asesinados por el Ku Klux Klan. El año en que Malcolm X proclamó que se había acabado el tiempo, "Es la boleta electoral o la bala." El año en que Martin Luther King fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Fue el año en que César Chávez dio voz a la Asociación Nacional de Trabajadores Agrícolas. El año en que se suponía que la discriminación racial estaba prohibida en la Ley de Derechos Civiles.

Este fue el año en que se declaró la guerra contra Vietnam del Norte, pero la guerra no fue en Vietnam, la guerra estuvo aquí, en Jackson Heights, Elmhurst y Ridgewood Queens. Armas de discriminación de masas se utilizaron contra mí, devorando mi mente como el Napalm quemando la piel. A los tres años estaba profundamente metido en las trincheras de una guerra de identidad. Una guerra que duraría toda mi vida, y dejaría en mi mente las cicatrices de la batalla, los flashbacks y el trastorno de estrés postraumático. Fui un Spic de tres años, viviendo el sueño americano y qué pesadilla era. ¿Quién era yo? ¿Qué era yo?

En 1964, la gentrificación funcionó de la manera opuesta. La gente prósperos no nos obligaron a salir de los barrios pobres para volver a desarrollarlos por sí mismos, como hacen hoy. Se mudaron de sus propios barrios agradables, por su propia cuenta. Se mudaron porque nos odiaban, y tenían miedo de nosotros, pero, sobre todo, porque no querían que sus hijas se enamoraran de nosotros. Fuimos solo la primera ola de muchas olas de inmigrantes latinoamericanos que heredaron estos barrios blancos que abandonaron y dejaron como perdido. Éramos spics, pieles oscuras, pieles claras, no importaba. No importaba que mi madre era una mujer caucásica y hermosa, porque cuando nos escuchaban hablar, lo supieron, siempre lo supieron, sabían que éramos spics.

Era un tiempo cuando latinos e hispanos no existían. La identidad latina es un fenómeno bastante reciente. Fui un Spic mucho antes de que alguien se diera cuenta de que eran latinos o latinx. No hubo ecuatorianos, ni cubanos americanos, ni dominicanos ni colombianos. En los ojos del hombre blanco éramos españoles, mexicanos o porto ricans.

Adiós autoestima, hola timidez extrema, olvídate de sentirme bien conmigo mismo. Olvídate de la confianza en uno mismo, no tenía identidad; ¿Quién era yo? ¿Qué era yo?

Olvídate de que alguna vez fuera capaz de invitar a una chica blanca a una cita, después que me dieron el dedo mediano y me llamaron "Spic" cada vez que nos mudamos a sus barrios. Todavía puedo recordar su rostro, pero no recuerdo su nombre, hermosa, rubia y ella vivía al otro lado de la calle. Yo tenía siete años, y recuerdo a su madre gritándole a nuestro dueño de casa delante a todo el vecindario, por alquilar un apartamento a los spics, quien eran nosotros. Recuerdo que él le volvió a gritar con su pesado acento italiano, dándole el dedo medio y llamándola insultos sexuales irrepetibles, que hasta hoy recuerdo palabra por palabra. Y cuando su hija, que estaba en mi clase de segundo grado, comenzó a darme el dedo mediano, se lo devolví a ella. Pero a diferencia de su madre, sabía que ella me gustaba y que yo le gustaba, pero no pudimos mostrarlo. Fue entendido, y lo hicimos un juego. Aunque ella nunca me llamó un spic, cada vez que nos vimos nos tiramos los dedos medianos y nos reímos. Logramos existir entre los insultos y el dolor. Unos meses más tarde, su madre se mudó del vecindario y la llevó con ella. Me gustaría recordar el nombre.

Verá, a la edad de nueve años, ya estaba insensible, insensible al dolor. Inmune a cualquier dolor que la vida pueda arrojar en mi camino. Para mí, la vida existía entre el dolor, entre la soledad y la confusión, entre las narices ensangrentadas y los insultos, entre el abuso sexual y la vergüenza. A los nueve años, lo único que pude hacer era simplemente, volverme a subir al caballo y sacudirme, porque nunca dejo la lucha. Había una guerra en mi cabeza, por el control de mi identidad y mi cordura, y era una guerra que no podía permitirme perder. Fue una guerra en la que he estado luchando desde el día de mi primer recuerdo. El día que siempre creí que había nacido. El día que volví consciente. Mi primer recuerdo en la vida. A los tres años, y en mi cumpleaños, la vida comenzaría y tomaría un significado para mí. Fue el día en que me llamaron "Fucking Spic" por primera vez. Nací en mi tercer cumpleaños, el 9 de julio de 1964.

Soy un subproducto del racismo y la discriminación. Soy una prueba viviente del daño que causa a las personas y especialmente a los niños. Yo fui un spic de tres años y he permanecido un spic emocional y mentalmente toda la vida. Es solo ahora que intento darle sentido a todo, expresarlo y sacarlo todo para ir adelante. Para poder vivir la vida, entre el dolor.

 

David Yanez

4-15-14